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martes, 24 de enero de 2012

Réquiem sindical

Soy afiliado a CCOO desde hace ya mucho tiempo. Durante algunos años de mi vida, fui delegado de este sindicato en el comité de empresa y europeo de una multinacional, secretario general de la sección sindical, y miembro de diferentes ejecutivas de CCOO tanto a nivel federal como en la unión intercomarcal, amén de otras responsabilidades. No digo esto para presumir de currículum sindical ni para marcar paquete, sólo lo hago para que quede claro que lo que voy a decir lo digo desde el cariño y respeto que le tuve a este sindicato al que ya no reconozco como propio, y que al primero que le duele todo lo que voy a decir es a mí.


CCOO siempre fue para mí un ejemplo a seguir. Una organización fuerte y sólida, nacida de forma ilegal durante el franquismo, cuando realmente era duro ser sindicalista. Gran parte de la lucha antifranquista pasó por las manos de aquellas pequeñas comisiones de obreros que se atrevían a levantar la voz contra la dictadura. El sindicato de mi abuelo. Crecí con esa romántica idea en la cabeza, y en cuanto se presentó la oportunidad no dudé en encabezar sus listas para unas complicadas elecciones en una empresa durísima en lo sindical. Luché cuanto pude y lo mejor que supe en su nombre, dí la cara por el sindicato donde y frente a quien hizo falta, sin titubeos. Y ahora me pregunto en qué situación me encontraría en este momento si no hubiera abandonado mis responsabilidades sindicales y tuviera que defender al sindicato a día de hoy… sinceramente, no sabría ni por dónde empezar.

Un inciso: antes de empezar una crítica que a algunos puede molestar, quiero aclarar que aunque voy a generalizar (porque si no el artículo sería interminable), sé perfectamente que en CCOO hay miles de sindicalistas honestos, buena gente que trabaja a diario por el bien de sus compañeros y de la clase obrera, a los que estas críticas no deben molestar pues no van con ellos. Pero otra cosa distinta es la política pusilánime de la cúpula del sindicato. En ese terreno éste no es, ni mucho menos, el sindicato obrero y orgulloso que un día fue. Otra cosa: todo lo que voy a decir sobre CCOO, es perfectamente aplicable a UGT. Pero como mi sindicato es Comisiones Obreras, y es el que me duele, es a él al que me dirijo.

Hace ya mucho tiempo (desde el infame 6º Congreso) que CCOO va cuesta abajo y sin frenos. Cada reforma que se ha firmado era peor que la anterior, cada líder del sindicato era menos comprometido y más moderado que el anterior. Se ha pasado de ser un sindicato de izquierda pura y dura, obrero, de clase, a abrazar de manera bochornosa no ya el capitalismo y la socialdemocracia, sino directamente las políticas liberales. Bien sea por convencimiento, por comodidad, por la dichosa unidad de acción o por puro conformismo.

La firma de este último acuerdo con la CEOE (para colmo de indignidad, en el 35º aniversario de la matanza de Atocha, bonita forma de honrar su memoria…) es la gota que colma el vaso. No voy a entrar a analizar en detalle los acuerdos. Doctores tiene la Iglesia y seguro que se hablará mucho (y mejor de lo que lo pueda hacer yo) de cómo nos han quitado la subida salarial del IPC hasta 2015 y de cómo han regalado toda la flexibilidad del mundo a las empresas para disponer de nuestro tiempo, descolgarse de convenios, etc, etc… a cambio de nada.

El acuerdo es pésimo para los intereses de los trabajadores, de eso no hay duda. Yo diría que incluso para el país en general, pues creo que agravará la crisis. Pero es que también lo es para los intereses del propio sindicato. Es la puntilla, el tiro de gracia. La poca credibilidad que le pudiera quedar a CCOO se ha ido por el sumidero a velocidad de vértigo. El prestigio perdido a cambio de nada.

Algunos me dirán que era mejor salvar lo que se pudiera, que sin acuerdo hubiera sido peor, que hay que tener sentido de la responsabilidad… Y yo les diré que no. Primero, porque no se ha salvado nada. No hay en el acuerdo una sola medida que beneficie a los trabajadores que se supone representan. Segundo, porque la primera responsabilidad de un sindicato es para con los trabajadores. Y tercero, porque una vez has firmado, no puedes echarte a la calle a protestar contra una reforma que lleva tu firma y por lo tanto tu beneplácito, tu consentimiento y lo que es peor, tu complicidad. Las manos atadas. Y la “paz social”, a cambio de nada.

La postura lógica, digna y hasta obligada ante este tipo de propuestas, y del continuo vacile de una patronal sabedora de que no necesita negociar, porque tiene un gobierno dispuesto a aplicar todas sus medidas, era levantarse de la mesa y echarse a la calle. Así lo aprendí yo, y lo curioso es que lo aprendí dentro de ese mismo sindicato. Los mismos agoreros de antes me dirán que la gente no se mueve, que la huelga corre el riesgo de fracasar, que no hay conciencia de clase… y yo les diré que tienen parte de razón. Esta sociedad no es la de principios de los 80, está más acomodada y es menos combativa. Pero también les diré que esa falta de conciencia, esa nula confianza de la clase obrera en sus sindicatos, esa resignación y ese derrotismo, son en gran medida culpa de esos mismos sindicatos que lejos de potenciar la lucha de clases, de dar una imagen firme y combativa, y de hacerse valer y respetar; llevan años dando una imagen de complicidad y compadreo con la patronal y el gobierno de turno que en nada ayudan a que los trabajadores puedan sentirse identificados con ellos, seguir sus directrices o depositarles su confianza.

He dudado mucho si escribir esto. Porque cuando uno ha sido sindicalista nunca deja de serlo del todo, y porque siempre me ronda la cabeza esa idea de que los sindicatos son necesarios, y darles la espalda significa hacerle el trabajo sucio a una derecha que sería feliz si despareciesen definitivamente. Pero no soy amigo de adhesiones inquebrantables, y además creo que ese miedo a debilitar a los sindicatos es en parte lo nos ha llevado hasta aquí, por ser demasiado tolerantes con su política de recoger migajas a cambio de perder derechos. Necesitamos sindicatos, por supuesto. Son imprescindibles. Lo que ya no tengo claro es si los que tenemos nos sirven de algo. Por lo tanto, prefiero decir lo que pienso y quizá, si lo hacemos muchos, la cosa cambie. Callar no ha funcionado.

Aquí queda pues mi mensaje, como afiliado y exsindicalista de CCOO. Escrito en caliente, que a veces es lo mejor. Éste ya no es mi sindicato. Ni el mío ni el de millones de trabajadores que durante décadas se sintieron defendidos y protegidos por CCOO; identificados con estas siglas y lo que representaban. No sé si aún se está a tiempo de recuperar la dignidad, de volver a la raíces y ser lo que nunca debimos dejar de ser. Lo dudo, aunque sé que muchos compañeros opinan lo mismo que yo y están más que hartos de tanto servilismo inútil.

Yo ya he hecho mi reflexión. Ahora le toca a otros hacerla. El compañero Marcelino Camacho, un sindicalista de raza, dijo:

- “¡Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar!”.

Que piensen los actuales líderes de CCOO si están haciendo honor a esas palabras, o si deben irse a casa y dejar trabajar a los que no estén domados, doblados ni domesticados.

Fuente: http://mikycorregidor.wordpress.com/2012/01/24/requiem-sindical/

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