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lunes, 9 de abril de 2012

CONCHA PEREZ Y LA ANARQUIA


Concha Pérez y la Anarquía

Concha Pérez es pequeñita y de apariencia frágil. Pulcra y escueta como un signo, tiene esa dignidad serena de la gente que ha vivido honestamente, con autenticidad y sin estridencias. Y con conciencia de las cosas de la vida, la misma que mantiene y que, a sus 91 años, la mantiene a su vez en la brecha. Concha Pérez guarda en su breve presencia una inmensidad de historia. Y nos habla así del trocito de Revolución que ella misma es.

Mateo Rello

-Pregunta. Tú eres hija de anarquista ¿Cómo era aquel mundo libertario en el que te criaste?
-Respuesta. He vivido casi siempre entre anarquistas. Mi padre, Joan Pérez Güell, era militante de la CNT ya antes de la Dictadura (de Primo de Rivera). En casa habíamos tenido compañeros ocultos; eran los tiempos de la Ley de fugas: los liberaban para ametrallarlos por la espalda. Vivíamos en un piso muy pequeño del barrio de Les Corts. Recuerdo cómo, mi hermano y yo, espiábamos las conversaciones por un ventanuco que comunicaba el comedor con el dormitorio: que si han detenido a éste, que si el otro se ha escapado. Teníamos mucho miedo por mi padre. De tanto en tanto venía la policía a hacer algún registro y a detenerle; media infancia mía transcurrió yéndole a ver a la Modelo. ¡Cómo la odiaba! Una vez, siendo muy pequeña, claro, quise llevar un martillo para romper los barrotes.
Y precisamente mi «bautizo» como militante tuvo que ver con eso. Fue el día de la proclamación de la República. Aquel 14 de abril yo estaba trabajando (por aquel entonces, trabajaba en un taller de artes gráficas en la calle París) y de repente empecé a oír jaleo: era una manifestación. Venían cantando «La Marsellesa », «Hijos del pueblo»…; bajé corriendo del taller y escuché los gritos de «¡A la cárcel! ¡A abrir las puertas de la cárcel!» Y me uní a la manifestación. Por el camino fuimos cogiendo piedras y, al llegar a la Modelo, apedreamos las ventanas y abrieron enseguida. Se conoce que ya debían haber dado la orden porque no se iban a asustar por cuatro cristales rotos. Así que entramos a los locutorios y los presos salieron. ¡Todo eran abrazos!
El 1º de Mayo de ese año fui al famoso mitin de Bellas Artes. Hablaron Durruti, García Oliver, Federica Montseny… En el mismo acto, que fue como una asamblea abierta, se adoptaron una serie de puntos reivindicativos (jornada laboral, alquileres) y, una vez confeccionado el pliego de exigencias, salimos en camiones hacia la Plaza de Sant Jaume. En cuanto llegamos, cerraron las puertas y comenzó un tiroteo que costó dos muertos. ¡Empezábamos bien con la República!
En aquel momento estaba todo por hacer. Se empiezan a formar los ateneos en muchos barrios; de los más importantes fue Sol y Vida del Clot. Aquellos ateneos tenían muchas secciones: cuadro escénico, biblioteca (y lecturas comentadas), coro, grupo de excursiones… En Les Corts, que, la verdad, ha sido siempre un barrio muy apagado, no había nada, así que los de mi colla (éramos los miembros del coro del barrio cuando no se podía montar otra cosa) nos apuntamos al ateneo Faros, que estaba en la Avda. Mistral y era el que nos quedaba más cerca. En Faros pasé buena parte de mi juventud.
Estando allí, montamos varios grupos de la FAI (yo, además, ya era socia del Sindicato de Artes Gráficas de CNT, que estaba en la calle Mendizábal, hoy Junta del Comerç). El grupo más popular era «Sacco y Vanzetti», pero creció tanto que decidimos dividirlo en tres; entonces pasé a otro, «Siempre adelante», y luego a un tercero del que no recuerdo al nombre. Llegamos a ser 15 grupos.
Así llegamos a 1933, que fue un año muy agitado. Se hacía mucha propaganda y parecía que la revolución llegaba ya. Participé en el Movimiento del 8 de enero, que montó Joan García Oliver. García Oliver había estado en Faros enseñándonos a manejar las armas (habíamos llegado a hacer prácticas de tiro en la montaña). A nuestro grupo de FAI le encargó asaltar el cuartel de San Agustín, que estaba por el centro. Teníamos alguna pistola y bombas de mano que habíamos fabricado en casas de compañeros. Se nos dio esta consigna: al llegar a los muros del cuartel, debíamos disparar al aire y, si todo iba bien, alguien respondería desde dentro (debía haber algún infiltrado o compañeros haciendo el servicio militar, no sé). Esa era la señal para tomar el cuartel. Pero ¡aquello fue un desastre! Nadie nos esperaba, las bombas no funcionaron… En fin, un desastre.
Ese mismo año (yo tenía 17), comenzó una huelga en el muelle que acabó en paro general. Fuimos a hacer que cerraran unos talleres. Como siguieron trabajando, apedreamos las ventanas. En estas llegó la policía; un compañero me pasó su pistola para que se la escondiera y la policía me detuvo y me la encontró encima. Pasé cinco meses en la cárcel de Amàlia, que era la de mujeres. Allí realmente las condiciones de vida eran terribles.
Aún estaba en libertad condicional cuando se dieron los hechos del 8 de diciembre. En algunos lugares se proclamó el comunismo libertario durante varios días. Esta vez nos tocó ir a Hospitalet. Debíamos reunirnos con otros grupos bajo la carretera de Sants. Y fuimos, aunque estábamos advertidos de que la policía conocía el plan: el hermano de un compañero era guardia de asalto y nos avisó de que el día previsto tenían orden de permanecer acuartelados. «Lo que vais a hacer, ya lo saben», me decía, y tenía razón. Pero fuimos, a pesar de todo. En esta ocasión, la consigna era que, al llegar, debíamos gritar «Cal»y nos responderían «Cetín» ¡De novela! Total que llegamos, gritamos «Cal» y, en efecto, se oyeron voces. Al principio no les entendíamos, hasta que se acercaron más. ¡Resultó ser la Guardia Civil, que nos daba el alto! Suerte que no estaban al tanto de lo que había y les engañamos diciéndoles que veníamos del cine.
Luego vino el error de las elecciones de 1934. Porque yo creo que nos equivocamos. Hicimos una gran campaña por la abstención (hasta se grabaron monedas de 10 cts con el lema «No votar»). Como las mujeres pudimos votar por primera vez, la derecha hasta movilizó a las monjas para que lo hiciera. Ganaron y vino lo que vino. Eso sí, razones no nos faltaban: las prisiones y los barcos-prisión estaban otra vez a rebosar de compañeros.

P. Hasta el gran vuelco de aquel 19 de julio.
R. Ha pasado mucho tiempo (entonces, yo tenía 20 años), pero hay cosas que parece como si las estuviera viendo ahora mismo.
Aquello se veía venir. Cuando se levantaron en Marruecos, ya llevábamos tiempo reuniéndonos en casas particulares y bares porque constantemente nos clausuraban los locales (en aquel momento, Faros estaba cerrado y creo que el sindicato también). La noticia del levantamiento en África nos cogió a los de mi grupo en casa de un compañero, y ya se esperaba que ocurriera aquí otro tanto de un momento a otro. Fuimos inmediatamente a uno de nuestros lugares de reunión, el bar Els Federals (estaba en Les Corts, en una zona que hoy ni existe, y allí coincidíamos con gente del POUM, con la que siempre tuvimos mucha afinidad, con republicanos y miembros de ERC, pero pocos comunistas porque con ellos acabábamos siempre peleándonos).
Una vez allí, organizamos una requisa de colchones y monos. Pasamos la noche del 18 al 19 como pudimos, durmiendo por turnos sobre los colchones en el bar.
Antes de que amaneciera, nos avisan de que el cuartel de Pedralbes se ha unido al alzamiento. Sin pensarlo mucho, porque si nos paramos a pensarlo no vamos, forramos el camión del bar con colchones y salimos para allí, prácticamente desarmados. Subimos por la calle Morales. De camino, nos dispararon desde el campanario del convento de Loreto, que estaba en la Travessera de Les Corts, cerca de donde está hoy la filmoteca. Como queríamos llegar al cuartel cuanto antes, atravesamos como pudimos y continuamos la marcha. Sobre las 6 de la mañana llegamos a la Diagonal. Allí ya encontramos soldados leales que nos recibieron con el «Salud, compañeros ». Resulta que los fascistas habían salido en dirección a la Plaza Catalunya. Decidimos llegar al cuartel para intentar armarnos. Cuando llegamos, los compañeros de Sants ya estaban allí. En el cuartel sólo había una guardia de pocos militares que, además, se declararon leales a la República. Nos recibió un oficial y él mismo nos acompañó al depósito de armas y nos dijo que cogiéramos lo que quisiéramos. Yo llevaba una pistolita, que tenía su historia. La escondía mi padre desde hacía años. Me había enseñado a cargarla y manejarla, y yo iba siempre detrás de ella, pidiéndosela. «Cuando llegue el momento», me decía, y entonces me la dio. Por cierto, que ese día la perdí. El caso es que el oficial, al ver ese arma, me dijo «Pero ¿dónde vas con eso? Toma» Lo que me daba era una Star de calibre grande, un pistolón que cada vez que disparaba casi me sentaba del retroceso. Otros compañeros llevaban escopetas de caza, algún que otro fusil de las jornadas de octubre del 34 y varias armas que se habían recuperado en el Paralelo, en las alcantarillas (las habían tirado y se ve que no llegaron a hundirse). En fin, apenas nada. Así que cargamos el camión de fusiles hasta los topes y volvimos al bar. Entonces nos dimos cuenta de que, emocionados como estábamos, ¡nos habíamos dejado la munición!
Mientras ocurría esto, habían abierto las puertas de la Modelo e iban llegando los presos y otros compañeros para armarse. A la vez, en el barrio seguían las incautaciones. Hacia el mediodía, nosotros nos dirigimos al convento de Loreto y lo incautamos; en el campanario no había ni rastro de nadie. Hicimos salir a las monjas, vestidas de paisano.
Luego, empezamos a levantar barricadas en algunos puntos del barrio (en la Travessera, en la calle Cabestany, otra donde estaba la fábrica que le decían del Vitriolo…) por si había que defenderlo.
Por la tarde, algunos compañeros se incautaron de la Maternidad. Aquí, bastantes monjas decidieron quedarse para cuidar de los niños. A la que se quería ir, se le escoltaba hasta el tren y se le daba para el pasaje; otras se quedaron en Barcelona, con parientes o conocidos. En fin, contra lo que se ha dicho, se las trató bien, demasiado bien. Al frente de la Maternidad queda Félix Carrasquer, que fue el que montó la escuela racionalista del barrio en 1935 (estaba en la calle Vallespir y la llamamos Eliseo Reclús; ya con Franco, fue «la escuela de Les Corts».
Nosotros nos dirigimos del Loreto al ateneo del barrio*, que ya existía (estaba en el passatge Sagristà y se llamaba Ateneu Humanitat), para habilitarlo como depósito de armas y suministros. Allí mismo montamos la cocina colectiva.
A los tres días, mi hermano y yo nos enteramos de que en el cuartel de Pedralbes se estaba organizando una columna para salir hacia el frente y nos apuntamos. Estuvimos tres o cuatro días y yo salí para Caspe, donde nos incorporamos a la Columna Ortiz. Recuerdo los aviones de los nacionales volando muy bajo para dispararnos; les respondíamos con los fusiles, aunque era imposible llegar a tocarlos. De Caspe salimos para la Zaida. Allí estuvimos hasta el ataque de Belchite. De camino, en Zaila, me encontré a mi hermano, que estaba de artillero con el capitán con el que había hecho el servicio (en la zona se mezclaban militares y milicianos; además, en todas las columnas había un jefe militar y otro civil). Comenzó el ataque. Debía ser finales de septiembre. Una noche, nos dieron el alto en unas montañas; al día siguiente, los fascistas nos hicieron retroceder. Lo de siempre: falta de municiones (la poca que traíamos la habíamos gastado por el camino). ¿Cómo resistir así? Yo, la verdad, tenía poca puntería y, al disparar, el retroceso del arma me tumbaba; pero llegué a tener algo de práctica. De todas maneras, en combates como el del día que te digo, era difícil ver a nadie, se disparaba a ciegas. Muchas veces, del enemigo no veías más que los pertrechos abandonados por el camino: una cantimplora aquí, una fiambrera allá.
Después de un permiso, durante el que estuve ayudando en la Maternidad, volví al frente, esta vez a la zona de Tardienta, donde coincidimos con las Brigadas Internacionales. Aquí sólo estuve un par de meses: unos cuantos cogimos la sarna y nos tuvieron que evacuar al hospital de Lleida y de aquí al Militar de Barcelona. Entonces mi hermano me habló de una fábrica de armamento en el barrio de Sants en la que hacía falta gente de confianza (se sospechaba que la antigua dueña, ahora empleada, saboteaba la producción, aunque, a la vista de cómo ayudó a gente durante el franquismo, no creo que fuera cierto). En esa fábrica colectivizada, que pasó de ser un taller con 20 empleados a una fábrica moderna con 200 (y eso que no nos dio tiempo a montar la guardería y el comedor previstos), estuve el resto de la guerra. Allí era más útil que en el frente.

P. Durante los «hechos de mayo» fuiste herida. Aquello supuso el fin de muchos logros.
R. Hacía tiempo que las cosas no iban bien, y el malestar se notaba en todas partes. Cuando por fin estallaron los hechos de mayo, me acerqué al barrio a buscar información porque llegaban rumores de que algo gordo estaba ocurriendo en el centro. Los compañeros me encargan que vaya al Comité Regional ya que, al ser mujer, pasaría desapercibida más fácilmente. La hermana de Carrasquer, Presen, no quiso que fuera sola y decidió acompañarme.
Pues verás. En la fábrica había un italiano, Saboritti, que, al enterarse de adónde íbamos, nos ofreció llevarnos en su coche y aceptamos. Ahora, si llego a saber cómo era el coche, no subo ni loca: estaba completamente forrado de chapas. ¡Parecía un tanque! Por si fuera poco, a Saboritti no se le ocurre otra cosa que bajar directamente por Via Laietana y pasar por delante de la Jefatura de Policía. Bueno: comenzaron a llover balas de todas partes, yo creo que hasta del Comité; nos tiraban también bombas de mano y venga tiros y tiros. Claro, al ver aquel trasto blindado, en Jefatura pensaron que veníamos a tomar el edificio (y es que incluso salió así la noticia en algún periódico). Menos mal que Presen mantuvo la serenidad y sacó un pañuelo por la ventanilla. El caso es que Saboritti quedó muy mal herido, con un tiro en la cabeza que le tuvo un año en el hospital, y a mí se me clavaron en el vientre algunas esquirlas, que yo creo que eran de las mismas chapas del coche. Me llevaron al Hospital Clínico y, mientras hacían el atestado, salí por otra puerta sin problemas (no sé si hicieron la vista gorda). Volví andando al barrio y los compañeros me llevaron a una clínica cercana, donde me pusieron la inyección del tétanos, pero resulta que pocos días antes me habían puesto otra por una herida accidental y cogí una fiebre tremenda. Ya no supe más de los famosos «hechos de mayo». Luego las cosas fueron muy distintas, íbamos de capa caída y estábamos muy desmoralizados.
Llegó la derrota y pasé a Francia. De tanta amargura y angustia, muchos recuerdos de aquella época los tengo como borrados. En septiembre de 1942 decidí volver con mi hijo, que entonces tenía tres meses. Participé en la vida clandestina de la organización y más de una vez estuve a punto de meterme en un lío. La verdad es que fueron años muy, muy duros; la represión tumbaba comité tras comité y aún se fusilaba a mucha gente.
Luego, durante los años 50 y 60, viví las reuniones de compañeros, camufladas de tertulia, en el bar Los pajaritos, que estaba en la Ronda de Sant Pau, y, ya sin Franco, la tertulia, esta sí, en el Centre Lleidetà, que está sobre el bar Estudiantil de la Plaza Universitat, que duró de los años 70 hasta 1994. Las dos me ayudaron a mantener el contacto con los compañeros. Ahora participo en el proyecto «Dones del 36», que está a punto de cumplir 10 años: hay mucho que decir y mucho que recordar.

*Concha Pérez nos ha enseñado fotocopia de algunos documentos depositados hasta hace poco en el Archivo de Salamanca. En algunos salvoconductos para llegar al frente de Aragón, figura la dirección del Comité Revolucionario de Les Corts: Deu i Mata, 59.

(Entrevista realizada por “Solidaridad Obrera”, portavoz de la CNT de Catalunya, en el monográfico conmemorativo del 70º Aniversario de la Revolución Española. Para su versión digital, consultar: http://www.soliobrera.org/pdefs/soliesp2.pdf )

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