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martes, 18 de septiembre de 2012

A 39 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE


A 39 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO EN CHILE

  Este ensayo examina la emergencia de la contrarrevolución capitalista que requería de un nuevo modelo de acumulación para el país y de cómo este proceso se comenzó a gestar mucho antes que Salvador Allende accediera democráticamente al gobierno. Asimismo, pasa revista a las dos principales estrategias presentes en el campo popular de la época (izquierda tradicional-reformista y la revolucionaria), escisión que en el período 1970-1973 impidió en los hechos que se enfrentara unificadamente a los sectores económicos y políticos que se habían propuesto vencer definitivamente a las ideas de transformación socialista de la sociedad chilena.

Las siguientes líneas expresarán una combinación de testimonio personal y de apuntes históricos sobre la experiencia de la Unidad Popular y la posterior e impactante derrota sufrida por el movimiento de masas después del Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, enmarcándose la descripción y el análisis en el particular desenvolvimiento político y social del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.

 
Asimismo, apreciaremos el entrecruzamiento que se produjo entre los dos líderes principales del período, en una suerte de colaboración y enfrentamiento que acercó y alejó a las dos posturas políticas que enarboló la izquierda chilena durante el período de la Unidad Popular, representadas en las figuras de los dirigentes más connotados del momento: Salvador Allende y Miguel Enríquez.

 

  En efecto, el ascenso de la Unidad Popular al gobierno no sólo evidenció el avance electoral y organizacional de las fuerzas progresistas, sino que demostró además las fisuras del modelo de acumulación y dominación capitalistas imperante en Chile. Así las cosas, desde el control del Ejecutivo, la coalición gobernante maniobró sinceramente para introducir cambios estructurales que favorecieran a los sectores más desposeídos. Sin embargo, tarde o temprano, como inexorablemente sucedió, la crisis general del sistema tendría que dirimirse frontalmente, ya sea en favor de las clases populares o de los sectores hegemónicos de la burguesía. En otros términos, triunfaba definitivamente la revolución o se imponía la contrarrevolución en todos los ámbitos y esferas de la sociedad.   

 

  Por otro lado, los antecedentes contextuales confirman que el Movimiento de Izquierda Revolucionaria fue perseguido sistemáticamente durante los 17 años que duró la dictadura militar, pero a la vez dejan en evidencia que desde el día 11 de septiembre de 1973 hasta el año 1975 se concentraron los mayores esfuerzos represivos del Estado en su contra.

 

  En consecuencia, no es exagerado afirmar que el MIR padeció en sus filas un auténtico genocidio, y ello es así porque el objetivo inmediato que se propuso el régimen autoritario no fue otro que derrotarlo globalmente en términos ideológicos, políticos y morales, para que nunca más pudiera levantarse y reponerse del prolongado holocausto que lo consumió.

 

  Este afán se demuestra palmariamente en las múltiples acciones de acoso y extermino que abarcaron a su dirección nacional, a las instancias intermedias y que alcanzó también a la militancia en general.

 

  No sólo se hizo desaparecer a muchos de sus cuadros, se les ajustició o fusiló, sino que además un número altísimo de sus miembros debió enfrentar la durísima prueba del secuestro, la privación de libertad y experimentar las más diversas y crueles formas de tortura física y psicológica.

 

  Asimismo, no se puede dejar de señalar que todo este odio institucionalizado, dirigido específica y prioritariamente hacia el MIR, tuvo como víctimas principales a una mayoría de cientos de jóvenes que no poseyeron jamás los medios suficientes para eludir a tan despiadada y sofisticada maquinaria de destrucción, que no escatimó en gastos (y recursos) para borrar de la faz del país a quienes tuvieron la audacia y valentía, francamente excepcionales, de resistir, en condiciones muy desiguales, el proceso contrarrevolucionario en curso.

 

  El heroísmo demostrado por esta generación en circunstancias tan desfavorables para imaginar siquiera un resultado menos doloroso, ¿no habrá sido más bien el testimonio de un sacrificio que quedará grabado para siempre en la memoria de los luchadores sociales de todos los tiempos?

 

  En el caso del MIR, se buscó también alterar la realidad de los hechos, y se construyó una distorsionada imagen de la organización, a lo que se sumó gustoso el poder de la prensa que, faltando a la ética periodística más elemental, lo presentó como un grupo violento y se prestó asimismo para legitimar los montajes de falsos enfrentamientos y otras situaciones similares.

 

  Si bien se debe reconocer que para ciertos sectores el MIR podría haber aparecido como enarbolando una opción política demasiado radical, ello no significa –bajo ningún concepto- que desde tal apreciación se justificara la escalada represiva que se abatió en contra de los adherentes del mencionado movimiento.

 

  A fines de los 80, el MIR se disolvió como instancia orgánica única. Muchos de sus miembros lograron sobrevivir a los años de exterminio y hoy, lo quieran o no, son representativos de una historia y de las distintas sensibilidades que en el pasado integraron un proyecto común.

 

  Pero lo más importante es que la derrota no pudo acabar con lo que se ha denominado como “cultura mirista”, la que en esencia no es otra cosa que el compartir y comprometerse rebeldemente con la visión (y misión) de una sociedad sin explotación y sin exclusión.

 

  En suma, el sueño continúa incólume y quizá algún día, esperamos que no muy lejano, y bajo las formas y estrategias que los movimientos sociales reclamen, se haga realidad un mundo más feliz y mejor para todos los seres humanos.       

 

  Realizo arqueología en mi memoria, y trato de recordar lo que hice durante aquel funesto día martes 11 de septiembre de 1973.

 

  También hago un esfuerzo por armar las piezas de los siguientes momentos.

 

  Yo tenía entonces 16  años de edad, y cursaba el tercero de enseñanza media.

 

  Mi formación política inicial reconocía los ecos del humanismo y del laicismo, fundidos en una perspectiva libertaria y revolucionaria del cambio social. Por lo mismo, creía mucho más en los movimientos que en los partidos y jamás acepté ningún “Vaticano” ideológico como poseedor de la verdad absoluta.

 

  El mismo día “11” correspondía desarrollar la presentación de las listas que postulaban al centro de alumnos en el liceo donde yo estudiaba. Previamente, se me había solicitado sumar mi nombre (me parece mucho que para algo así como Vocal de Cultura) a la lista más de ruptura de la izquierda secundaria, petición que obviamente acepté.

 

  Pero bueno, todo quedó hasta ahí, y como mudos testigos del acto, que fue sólo en potencia, se podían ver los numerosos panfletos o volantes llevados por el viento en el patio del establecimiento.

 

  Recuerdo haberme retirado temprano del colegio y caminado las 4 cuadras que lo separaban de la Plaza Independencia de la ciudad de Concepción, comprobando que todo parecía “estar controlado allí”.

 

  Más tarde, sabríamos del bombardeo a La Moneda y de la muerte de Salvador Allende.

 

  De pronto, todo se oscurecía. ¿Dónde estaban las fuerzas leales al gobierno y a la Constitución?

 

  El Golpe de Estado se imponía en todas las ciudades.

 

  El dial de las radios se plagó de bandos y marchas militares.

 

  Cuando mi abuelo supo lo ocurrido con el presidente democrático de Chile, se colocó una señal de duelo en la solapa de su terno. Era su sentido homenaje a quien admiraba desde siempre.

 

  Por la tarde, disparos provenientes del centro de la urbe estremecieron el silencio de la agonía.

 

  A lo mejor todavía no lo percibíamos en toda su magnitud, pero en lo más íntimo de nuestro ser intuíamos que lo que estaba sucediendo en el país afectaría para siempre nuestras vidas individuales.

 

  A las pocas horas, fenómeno que se extendió después por días, semanas y meses, emergerían las pequeñas acciones aisladas y espontáneas, como preocuparse de la seguridad de algún compañero; seleccionar y esconder rápidamente los materiales y libros que pasaron de la noche a la mañana a convertirse en “subversivos”; reproducir y distribuir limitadamente en papel el último mensaje de Allende; dirigirse a ciertos puntos poblacionales donde supuestamente surgirían “focos de rebelión”. Y saltando en el tiempo, en octubre del 74, rayando paredes con plumones (lo único que había a mano) para rendir un sentido homenaje a Miguel, luego de conocida la triste noticia de su muerte en combate en una casa de la calle Santa Fe. Etcétera.

 

  El peligro no importaba.

 

  La resistencia había comenzado; pero la represión se tornó implacable.

 

  La derrota era incontrarrestable.

 

  Y un poco más adelante, se evidenciarían los largos años de repliegue casi absoluto.

 

  Salí del país en la segunda mitad de los 70, regresando en la década siguiente.

 

  Lentamente, comenzaron a emerger en la superficie distintas demostraciones de descontento social, que a partir de 1983  se fueron haciendo cada vez más masivas con las protestas urbanas, hasta llegar en 1988 al triunfo del “No”.

 

  Y luego amanecerían los 90, con una dirigencia política que traicionó la transición y que abdicó de los ideales democratizadores que guiaron la lucha antidictatorial.

 

  Nada fue fácil, como queda reflejado en las numerosas víctimas que dejó la larga dictadura militar.

 

  Por eso es penoso observar la realidad chilena actual, en la cual existe una ficción de libertad que reproduce impunemente las formas más diversas de explotación,  exclusión y dominación.

 

  Nosotros no luchamos para esto.

 

  Y así como además repudiamos el socialismo que devino en vertical e intolerante y que, lamentablemente, costó muchas vidas inocentes en otras latitudes del globo; con la misma energía también rechazamos las caricaturas individualistas de democracia en que se han transformado la mayoría de los países del mundo, incluyendo naturalmente el nuestro.

 

  Ha pasado demasiado tiempo histórico, pero insuficiente en términos de una auténtica transformación social y mental de la humanidad.

 

  Entonces, la lucha continúa, y es política como ayer, pero también es ética y espiritual.

 

  Pero regresemos al período que ocupa en este instante nuestra mirada, para seguir recorriendo los avatares de una experiencia que concitó la atención de toda la comunidad internacional de la época.

 

  El presidente constitucional de Chile, Salvador Allende, murió prácticamente aislado en el palacio de La Moneda, acompañado apenas por un puñado de colaboradores. Un poco más de un año después, un día sábado 5 de octubre de 1974, cayó en desigual combate Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, acribillado luego de resistir casi solo durante varias horas.

 

¿Es éste acaso el hado de una “revolución” que en los momentos cruciales de acción y definición sacrifica y abandona a sus mejores hombres? Y como lo adelantamos al comenzar este capítulo, nuevamente se encuentran las historias personales que vinculan a los dos proyectos de cambio de la época, de la mano y del carisma de los dos más destacados dirigentes de la izquierda chilena: Salvador Allende y Miguel Enríquez.

 

  Yo sumaba dieciséis años al producirse el Golpe de Estado de 1973, y ya poseía una incipiente preparación y experiencia políticas, las que con los años se harían más intensas. Y de ese tiempo hasta aquí, me he preguntado, innumerables veces, porqué la resistencia al alzamiento militar fue increíblemente nula. Al respecto, yo tenía presente en mi memoria las historias que se contaban de un pariente que viajó a España para combatir por la República,  integrándose a las Brigadas Internacionales que reunieron a idealistas provenientes de distintos países. Resulta interesante consignar aquí una precisión sobre el mencionado período, extraída del libro “La guerra civil española”, de Antony Beevor:

 

  “Se suele presentar a la guerra civil española como el resultado de un choque entre la izquierda y la derecha, pero sabemos que eso es una simplificación engañosa. El conflicto tenía otros dos ejes: centralismo estatal contra independencia regional, y autoritarismo contra libertad del individuo”.

 

  No se trata en ningún caso de sostener que la condición de revolucionarios se mide exclusivamente por el hecho de levantar una opción militar, porque eso no es así ni en lo histórico ni en lo teórico. Sobre el particular, abundan los ejemplos. Nuestra reflexión va más bien por el lado de que el creciente enfrentamiento de clases producido en el período de la UP, caminaba inexorablemente hacia un choque de fuerzas que dirimiría la inevitable cuestión del poder también en la esfera militar, pero que de manera sorprendente -para muchos actores y analistas- en la práctica se consumó sólo en la rebelión total del sector dominante en desmedro del desarmado y entregado campo popular.

 

  ¿Qué pasó en Chile?

 

  ¿Cómo explicar a alguien que no vivió en la época lo que sucedió desde un poco antes del triunfo electoral de la Unidad Popular hasta el Golpe de Estado del martes 11 de septiembre de 1973?

 

  En este ensayo plantearemos 10 tesis o aproximaciones personales sobre el tema; algo semejante a una suerte de hermenéutica de las motivaciones emocionales e ideológicas que inspiraron a los actores sociales y políticos más protagónicos del período 1970-1973.

 

Tesis 1: La “revolución chilena” por etapas contaba con poderosos enemigos internos y externos y estaba en consecuencia condenada a ser desestabilizada en todos los frentes. 

 

  La Unidad Popular (integrada por socialistas, comunistas y radicales, entre otros) llegó al gobierno utilizando los mecanismos democráticos desprendidos de la Constitución Política de 1925. El Programa y las Primeras 40 Medidas de la coalición, que obtuvo el 36,3% de los votos en las elecciones presidenciales de 1970, era de carácter progresista avanzado y se planteaba un cambio gradual de las estructuras capitalistas del país. No obstante lo anterior, los sectores dominantes ni siquiera estaban dispuestos a tolerar reformas que consideraban un peligro para su hegemonía.

 

  Al respecto, conozcamos parte del discurso pronunciado por Salvador Allende luego de triunfar en la elección presidencial del 4 de septiembre de 1970:

 

  “Dije y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.

 

  Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.

 

  Hemos triunfado para derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de exportación e importación, para nacionalizar, en fin, el crédito, pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo”.

 

Tesis 2: El imperio atacó desde el primer momento.

 

  A pesar de esta inalterable Vía Pacífica, la gran burguesía nacional e internacional (principalmente el gobierno de Richard Nixon)) se había propuesto a priori que debía abortarse o “reventarse” la llamada “Revolución chilena con vino tinto y empanadas”. Según se infiere claramente, véase información desclasificada del mismo país del norte, de las distintas acciones de presión, tanto comunicacionales, económicas y políticas emprendidas desde incluso antes de la elección del 4 de septiembre de 1970.

 

Tesis 3: La sedición fue la metodología principal usada por los opositores derechistas al cambio.

 

  Lo anterior quedó meridianamente demostrado con los sucesos terroristas y sediciosos que se produjeron en el período que media entre el triunfo electoral de Salvador Allende (4 de septiembre de 1970) a la asunción del mando (4 de noviembre de 1970).

 

  En otras palabras, los enemigos de la UP no necesitaban que ésta llegara al gobierno para empezar a conspirar en su contra; ni tampoco requerían de la excusa –como algunos lo sostuvieron en su tiempo- que se volvieron cada vez más beligerantes y golpistas por temor a la ultra izquierda.

 

 

 

 

Tesis 4: Todos los medios de presión resultaron válidos para la reacción.

 

  El hecho más elocuente al respecto fue el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider Chereau, en manos de un comando ultraderechista que, apoyado por la CIA, lo atacó el 23 de octubre de 1970. Pero la Unidad Popular logró sortear esta coyuntura, y con el voto favorable de la Democracia Cristiana en el Congreso, que previamente le exigió un Estatuto de Garantías Democráticas, Salvador Allende Gossens logró tomar posesión de su cargo el 4 de noviembre de 1970.

 

  No se olvide que al no haber alcanzado la mayoría absoluta en las elecciones de 1970, la UP necesitaba del voto de la DC para que Allende fuera ratificado como presidente por el Congreso Nacional (lo que ocurrió el 26 de octubre), evitándose así la maniobra que algunos quisieron implementar y que buscaba que el Parlamento terminara apoyando a la segunda mayoría relativa, o sea a Jorge Alessandri Rodríguez.

 

Tesis 5: El pacifismo sin conciencia y movilización es una ilusión.

 

  Es decir que a pesar que la Unidad Popular, y de acuerdo a su propio Programa, se había planteado utilizar sólo los medios institucionales y pacíficos para llevar adelante las reformas sociales que se proponía, al final (y casi como en una tragedia griega) la disputa de poder se iba a definir, lo quisieran o no los dirigentes gradualistas del momento, en el campo de la guerra declarada.

 

  En otras palabras, como se verificó posteriormente, el carácter pacífico del proceso no garantizaba que él no fuera puesto en jaque en términos violentos; como tampoco aseguraba que el pueblo indefenso (en su gran mayoría sin armas) escapara a la cruenta represión que se desencadenó sobre él.

 

Tesis 6: En una sociedad dividida en clases no se puede eludir una definición respecto del tema del poder político.

 

  Desde esta perspectiva, la izquierda revolucionaria estaba en lo correcto cuando en sus análisis colocaba el acento en la cuestión de la correlación de fuerzas, criticando también la ingenuidad de la visión UP al no contar con una política en el ámbito militar. Entonces, ¿qué sucedió que no se pudo articular una respuesta contundente?

 

Tesis 7: Sin hegemonía cultural sobre la sociedad civil no hay verdadera acumulación de fuerza transformadora.

 

  Cuando la DC viró a la derecha sin retorno, y sectores de las capas medias sucumbieron al miedo, restando unos su apoyo al gobierno y otros directamente engrosando las filas de la sedición, se generaron todas las condiciones sociales y políticas internas (porque el apoyo exterior ya estaba) para el golpe que vendría.

 

  Frente a una realidad que se tornaba cada vez más polarizada en todos los ámbitos, en el mes de julio de 1972 se difundió la posición oficial del MIR respecto de la coyuntura, que entre otras consideraciones hacía (desde la ciudad de Concepción) un urgente llamado a la formación de una Asamblea del Pueblo, el que contó con la adhesión del PS y del MAPU, pero no de los comunistas.

 

  Como antecedentes adicionales del contexto, señalemos que en octubre de 1972 se inicia la huelga de los camioneros, con aportes financieros de la CIA. Y apenas un mes antes, se había creado el CODE (Confederación Democrática), alianza que agrupaba a los partidos opositores a la UP (PDC, Nacional, etc.).

 

  Ni el desesperado recurso de los Gabinetes Cívico Militares logra calmar la generalizada situación de confrontación.

 

Tesis 8: El 29 de junio de 1973 se perdió la última oportunidad de levantar una opción nacional de masas que evitara la posterior hecatombe estratégica del campo popular.

 

  Quizá la única ocasión verdadera que se tuvo de orientar la situación favorablemente para la opción popular, fue la coyuntura que se abrió luego de que se derrotara el intento golpista del 29 de junio de 1973, conocido como “Tancazo o Tanquetazo” porque el coronel Roberto Souper levantó en armas o sublevó al Regimiento Blindado N° 2.

 

  A pesar de ciertas preocupantes señales de agotamiento, dudas e incertidumbre por el “qué hacer” que planteaba la crítica realidad de los meses de junio, julio y agosto de 1973, existía todavía una arraigada conciencia política y una moral alta a nivel de los frentes y movimientos más comprometidos con el proceso. Pero, para estructurar una sólida alternativa dual, de poder popular, había que sumar mayor fuerza social y convencer a la coalición gobernante del peligro que implicaba su camino titubeante de pérdida de iniciativa. No está demás recordar que en este mismo tiempo de definición, los militares comenzaron a aplicar la Ley de Control de Armas, aprobada el año 1972, y que curiosamente se hizo afectiva sólo con allanamientos a fábricas y sectores populares proclives a la izquierda.

 

  No cabe ninguna duda de que el golpe ya estaba en marcha, considerando como un antecedente relevante que luego de la elección parlamentaria de marzo de 1973, la oposición a Allende no logró obtener los suficientes representantes para acusar constitucionalmente al gobierno, lo que inmediatamente puso en agenda la estrategia del enfrentamiento frontal. Los militares actuaron, en consecuencia, representando los intereses de los sectores dominantes, buscando así resolver en un nuevo contexto la crisis del sistema de dominación, que se expresaba también en el propio seno de la burguesía. 

 

  Y ahora, sólo quedan preguntas rondando en los análisis y en los testimonios.  ¿Por qué el campo popular no optó derechamente por una Huelga General con perspectiva insurreccional?  ¿Y qué habría pasado si las fuerzas de la UP hubieran luchado y defendido masivamente a su gobierno al menos el mismo día 11? ¿Se podrían haber ganado horas decisivas si Allende hubiera aceptado el ofrecimiento de Miguel de sacarlo de La Moneda para dirigir la resistencia al golpe desde algún bario popular de Santiago? ¿Por qué no operó la Fuerza Central del MIR?

 

  En términos políticos, la decisión de Allende de permanecer en el palacio de gobierno no es indiferente o casual. Con ella, él remarcó simbólicamente su opción reformista e institucional, alejándose notoriamente de una línea de resistencia revolucionaria, como habría significado su desplazamiento hacia un territorio social popular.

 

  Si con su valerosa decisión personal, orientada al martirio individual, pensó que podría aminorar la represión posterior en contra de sus partidarios, lo cierto es que su sacrificio, encerrado en el centro de la capital, no desalentó para nada la furia que se desataría después en contra de las fuerzas de izquierda y del campo popular.  

 

Tesis 9: La ausencia de un contra poder autónomo, unitario y revolucionario, selló la suerte de la experiencia chilena.

 

  Lamentablemente, y renovando su confianza en la aparente actitud leal del mando militar demostrada en la asonada del 29 de junio, en el Ejecutivo pareció fortalecerse aún más la tesis de la efectiva constitucionalidad y prescindencia política de las FF.AA. chilenas.  Esto es lo que algunos sectores caracterizaron alarmados como “capitulación” definitiva, porque en los hechos se desalentó la movilización popular como única contención real al golpe que llegaría en pocas semanas más. Así las cosas, la derrota aplastante de la experiencia chilena fue sellada mucho antes del 11-09-73, cuando no se tuvo la claridad y la voluntad para levantar una alternativa de respuesta que no desmovilizara a las masas y que contrarrestara a la reacción desde las bases de apoyo de la propia sociedad.

 

  Al respecto, nos parece muy ilustrativo citar aquí algunos extractos del conocido discurso de Miguel Enríquez en el Teatro Caupolicán de Santiago, fechado el día 17 de julio del año 1973.  Palabras pronunciadas a menos de dos meses de la ofensiva final de las clases dominantes.

 

  “Este es un momento histórico fundamental en el que las grandes tareas son atajar al golpismo, enfrentar al emplazamiento, neutralizar a los vacilantes, empujar y profundizar una vigorosa y resuelta contraofensiva revolucionaria y popular. No hay otra alternativa para los revolucionarios. Puede haberla para los reformistas más recalcitrantes, pero para eso la historia sabrá marcarlos de acuerdo a su conducta.

 

  La situación ofrece dos caminos: la capitulación reformista o la contraofensiva revolucionaria…

 

  Toda forma de capitulación en fin de cuentas conducirá más temprano que tarde  al aplastamiento de los trabajadores a través de una dictadura reaccionaria y represiva.

 

  Dos tácticas se ofrecen a la clase obrera y al pueblo.

 

  Una que establece que no es posible profundizar la ofensiva popular pues encendería de inmediato el enfrentamiento. Que es necesario ganar tiempo.

 

  La otra táctica es la revolucionaria. Es la táctica que han puesto en práctica la clase obrera y el pueblo en las semanas recientes. La táctica revolucionaria consiste en reforzar y ampliar la toma de posiciones en fábricas, fundos y distribuidoras, no devolver las empresas tomadas, incorporarlas al área social bajo dirección obrera, imponiendo en la pequeña y mediana industria el control obrero, desarrollando la fuerza de los trabajadores fuera de la institucionalidad burguesa, estableciendo el PODER POPULAR en los Comandos Comunales, en los Comités de Defensa, multiplicando y extendiendo la ofensiva popular, incorporando a ella a los pobladores, campesinos y estudiantes, extendiendo la movilización a todo el país, desarrollando la alianza de los trabajadores con los soldados y suboficiales, con los oficiales antigolpistas, rescatando la base obrera y popular de la Democracia Cristiana, fortaleciendo la alianza revolucionaria de la clase obrera y el pueblo, impulsando la reagrupación de los revolucionarios y la acción común de la izquierda por la base. La tarea inmediata de esta táctica revolucionaria es profundizar y ampliar la contraofensiva popular y revolucionaria en curso y por ello proponemos la realización de un Paro Nacional por 24 horas.

 

  Proponemos la realización de este Paro a todas las organizaciones populares de este país, a la Central Única de Trabajadores, a los Comandos Comunales, a los Consejos Campesinos, a las federaciones campesinas y estudiantiles, a todos los trabajadores. Proponemos que este Paro notifique, de una vez por todas, a los golpistas, que la clase obrera y el pueblo aplastará todo intento golpista”.

 

  El recientemente citado discurso de Miguel Enríquez, que al momento de ser pronunciado fue transmitido inmediatamente por cadena nacional a todo el país, constituye un documento esencial para apreciar lo álgido de la situación política y de la lucha de clases, a muy pocas semanas del Golpe de Estado.

 

Tesis 10: El modelo neoliberal impuesto a la fuerza ha marcado negativamente a generaciones de chilenos y aún lo continúa haciendo.

 

  La llamada izquierda revolucionaria no estaba errada cuando visualizó que, en el caso nacional, el agudo enfrentamiento de clases se dirimiría irremediablemente en el terreno militar. Y también estaba en lo correcto cuando sostenía que en este cuadro el campo popular no podía confiar en la “neutralidad” de las FF.AA., como se evidenció clara y aleccionadoramente el mismo día “11”, instante en que ninguna unidad o regimiento adhirió o se mantuvo leal al gobierno constitucional y democráticamente elegido.

 

  En definitiva, nada detuvo a la contrarrevolución, y la UP, con su legalismo iluso, ni siquiera logró evitar la masacre de un pueblo desarmado, al que tampoco le quedó el consuelo de haber al menos defendido con más dignidad las conquistas alcanzadas. Como sí lo hicieron los españoles del Frente Popular, que a partir de 1936 no sólo tuvieron que lidiar con el alzamiento de Franco, sino también con el apoyo concreto que éste recibió de la Alemania nazi y de la Italia fascista, en una guerra civil que se extendió a los años 1937, 1938 y parte del 1939. Y en este punto recurramos otra vez al ya citado libro de Antony Beevor:

 

  “Los partidarios de la autogestión argumentaban que no había ningún motivo para la lucha contra el fascismo si no se avanzaba en la revolución social. Si los anarquistas habían soportado el mayor esfuerzo de la batalla de Barcelona en julio, abandonados por un gobierno que se negó a armarlos, ¿por qué razón esperaba ese gobierno que ahora le restituyeran todo lo que ellos habían conquistado. Las posturas irreconciliables dentro de la zona controlada por la República minaron fatalmente la unidad de la alianza republicana”.

 

  “El fracaso del golpe militar de los rebeldes, emparejado con el fracaso del Gobierno y de los sindicatos en aplastarlo, significaba que España tenía que enfrentarse a una larga y sangrienta guerra civil. La necesidad de armas para esta dilatada contienda obligó a las dos partes a buscar ayuda en el exterior. Y eso supuso dar el paso crucial en la internacionalización de la guerra civil española, ya que la victoria o la derrota iban a depender sobremanera de cómo reaccionaran las principales potencias extranjeras”. 

 

  Pero volviendo al caso chileno, si bien es evidente que la izquierda revolucionaria supo vislumbrar mejor que nadie las características del período, tampoco estuvo a la altura de las circunstancias y su respuesta del mismo día “11” fue –por decir lo menos- elocuentemente insuficiente, aunque no por ello menos comprometida y decidida.

 

¿Qué faltó o qué falló? ¿La conciencia? ¿La organización? ¿Un mando único? ¿Una política militar alternativa? ¿La dirigencia? ¿La voluntad? ¿Los análisis no daban cuenta de la realidad? ¿El apoyo internacional?

 

  Pueden ser tantas cosas. Pero lo cierto es que fue inesperado lo que sucedió el fatídico día “11”, porque ello no se correspondió con el estado de conciencia del momento y hasta con los significativos resultados electorales (y a pesar de todas las dificultades existentes en el plano de la economía)) obtenidos por la UP en las municipales de abril de 1971 (51%) y sobre todo en las legislativas de marzo de 1973 (43,4% de los votos). Y no se puede obviar aquí que en el mes de julio de 1971 logró hacer aprobar, por la unanimidad del Congreso, la nacionalización del cobre.

 

  En fin…

 

  Podrá sonar a fatalidad, pero es que en una coyuntura tan radicalizada de la “Guerra Fría”, y aunque pretendiera insistir –como lo hizo hasta el final- en su camino pacífico, la UP jamás lograría sobrevivir si es que no se preparaba para neutralizar a los sectores que, desde el primer día, conspiraban para derrotarla porque se sintieron afectados en su dominación económica y en la conservación de sus privilegios sociales. No se trata aquí de ser “más o menos” partidario de una salida de ruptura, sino de una mínima comprensión del proceso de cambio y de las posibilidades reales de mantenerlo en el tiempo.

 

  Efectivamente, la sensación es muy confusa o extraña, porque parece como si de pronto se hubiera esfumado todo lo aprendido y conquistado, y ya nada –ni nadie- pudiera detener la caída libre de la “revolución” chilena. La histórica acumulación de fuerza popular se desvaneció entre las consignas y los gritos, y las masas fragmentadas y sin conducción, quedaron a merced de la salvaje represión que se desató sobre ellas, y que quería tomarse revancha también de las luchas pasadas del mundo obrero y popular.

 

  El desbande fue generalizado y los más humildes los más sacrificados. En este contexto, y a diferencia de lo que hicieron muchos otros altos dirigentes de la época, sobresale el ético compromiso (aunque estratégicamente aislado) de aquellas mujeres y hombres que no buscaron su propia salvación personal y que estuvieron dispuestos a padecer y sufrir (junto a los pobres y excluidos del campo y de la ciudad) los años más duros vividos por el pueblo chileno.

 

  Al respecto, a pocas semanas de producido el Golpe de Estado, Miguel Enríquez entregó las siguientes precisiones a modo de balance político, en una entrevista realizada desde la clandestinidad.

 

  “No nos parece el momento de revivir antiguas diferencias en el seno de la izquierda, pero a la vez, nos parece necesario que los trabajadores y la izquierda obtengan todas las enseñanzas que la experiencia chilena  entrega, para nunca más incurrir en errores. Por ello preciso: en Chile no ha fracasado la izquierda, ni el socialismo, ni la revolución, ni los trabajadores. En Chile, ha finalizado trágicamente una ilusión reformista  de modificar estructuras socio-económicas y hacer revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados: las clases dominantes”.

 

  Y así se pasó trágicamente de un período prerrevolucionario, colmado de esperanzas y oportunidades, a otro diametralmente distinto; definido como contrarrevolucionario por su carácter opresivo y constituyente de una nueva y dictatorial dominación.

JOSÉ MIGUEL CASANUEVA WERLINGER

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