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viernes, 19 de octubre de 2012

SOBRE LA LIBERTAD


Sobre la libertad

Si definimos la libertad como la capacidad del individuo de autodeterminarse, de realizarse, de reflexionar y actuar en un estado de no sujeción o no dominio, o al menos con el menor grado posible de sujeción, debemos ser capaces de analizar hasta qué punto estamos lejos o cerca de tal ideal -como todo ideal, inalcanzable en su pleno sentido-, qué cosmovisión y estructura política, económica y moral permitiría acercarse a la libertad y, por supuesto, si la idea actual de libertad nos acerca o aleja de un sistema que tuviera como base una real libertad.

En primer lugar, en nuestra opinión, y esto nos parece un olvido de casi todas las corrientes de pensamiento, la libertad esencial a conquistar es la libertad de conciencia. Ésta suele vincularse en exclusiva a la libertad de culto, religiosa, siendo las diferentes confesiones especialistas en defender este concepto de libertad, aunque algunas de ellas lo violan en la práctica, siendo su ideal en la práctica una sociedad fiel a sus creencias.

Es radicalmente contrario a una idea seria de libertad de conciencia, por ejemplo, el bautizar a un recién nacido, o el catequizar a niños cuando éstos aún no tienen capacidad de abrazar reflexivamente unas ideas, lo que no significa que apoyemos la libertad de expresión y manifestación pública de las diversas religiones.

Pero es evidente que debemos ser capaces de desarrollar una idea de libertad de conciencia arreligiosa. Y si consideramos la libertad como la capacidad del individuo, y, por qué no, de la sociedad, de autogobernarse, es lógico que una comunidad que apoye tal concepto debe luchar para evitar que los niños sean adoctrinados por cualquier institución. Lo que no implica que deban conocer los diferentes sistemas de pensamiento que han desarrollado los hombres a lo largo de la historia para que en una época de madurez puedan optar por la idea que consideren más cercana a la verdad, a su temperamento y sus ideas.

Si se ama a los niños, hay que amar el que éstos puedan ser adultos autónomos, no miembros de un rebaño.

Pero la libertad de conciencia va más allá de la infancia y las instituciones estatales y religiosas. Debe incluir el rechazo a la manipulación publicitaria, al bombardeo continuo de imágenes y mensajes desde los medios de información. Toda la publicidad va encaminada a que las gentes adopten unos valores, una mentalidad, una forma de vida que se adecue a lo que el poder pretende. En nuestro caso al hedonismo, el consumismo, la pasividad, el derroche, la infantilización… lo que no quita que, en un futuro, por circunstancias, como una crisis económica grave, puedan pretender imponer otros valores y adoptar una publicidad volcada en cosas diferentes.

Por tanto, para acercarnos a la libertad de conciencia, necesitamos quebrar el poder de la publicidad, y de los medios que lo hacen posible. Esto requiere que los medios de comunicación sean eso, medios de comunicación no dependientes de ningún grupo empresarial o político, o mejor dicho político-empresarial, siempre basados en la manipulación y el ocultamiento de la realidad.

Para lograr la libertad de conciencia, no deben existir grupos empresariales con poder para moldear las mentes humanas en coalición con los dirigentes del Estado. Debemos luchar, por tanto, para mantener la pluralidad y diversidad de medios, sin estamentos privilegiados.

Junto a la libertad de conciencia, viene la libertad política. Frente a la idea dominante de libertad política como representación, tenemos que impulsar la libertad política como deliberación y participación.

Sabemos que esto también requiere de mucho tiempo, pero la mera representación implica desentenderse de la vida colectiva y dejar que una minoría pueda hacer y deshacer a su antojo, normalmente con el argumento del conocimiento. Pero tal argumento no es más que una ficción, pues si bien no negamos la necesidad de especialistas cuando sean necesarios, la capacidad de tomar decisiones requiere sentido común ante todo.

Pero antes de la participación, tiene que venir la deliberación, pues la mera participación, sin unos individuos educados en la capacidad de pensar y de llegar a acuerdos con los demás, no sería más que un sistema político manejado por populistas de distinto colorido, que harían pasar una política opresiva y dirigista, por una política democrática.

Vinculado por tanto a la libertad de conciencia y la libertad política se requiere de un sistema de educación autogestionada que una conocimiento a capacidad reflexiva, para lograr mentes lo más libres y cooperativas posibles, pues sin ellas no habría real libertad. Y no sólo en la infancia, sino durante toda la vida humana.

Volviendo a la libertad política, la representación debe ser secundaria y vinculada al mandato imperativo. Pues nunca será libre un individuo incapaz de autogobernarse, de fomentar su autoridad interior, de necesitar siempre autoridades externas y jerárquicas.

Puesto que no somos santos ni ángeles, y quién pretenda lograr eso se hundirá en un nuevo totalitarismo, toda colectividad debe dotarse de algunas leyes, pero éstas deben ser las mínimas posibles, frente al mundo de hoy, donde ante los múltiples problemas todos son leyes y reglamentos, pues hemos perdido casi toda capacidad de autogestión, de desarrollar nuestra conciencia interior hacia el bien y de convivencia fraternal con el prójimo.

Frente al concepto de libertad liberal, o negativa, donde sólo interesa la protección de la libertad y que no se inmiscuyan demasiado en nuestras vidas creando lo contrario, un sistema donde todo son interferencias a todos los niveles, la idea de libertad que defendemos es la libertad como no dominación.

No dominar ni ser dominado, he aquí la clave de la libertad y también de la solidaridad. No hay real libertad si no me dominan pero yo domino a otros y sólo en tal estado de cosas puede expandirse la solidaridad entre las personas.

La libertad como no dominación, la democracia, requiere también de la eliminación de todo ejército permanente, que siempre es una amenaza, y sus sustitución por milicias de ciudadanos, milicias sometidas a control de la ciudadanía y cuyos miembros estén durante un tiempo limitado, evitando el peligro de convertirse en una fuerza armada al servicio de un poder vertical o bien convirtiéndose ella en una nueva fuerza opresiva. Puesto que todo grupo armado es un peligro para una sociedad libre, aun con las mejores intenciones, la milicia sólo debe ser operativa en caso de agresión a la comunidad libre.

Las funciones policiales en una democracia, también deben ser no profesionalizadas y de la misma manera rotativas entre los adultos de la población.

En cuanto a la libertad económica, frente a los que la identifican con el liberalismo o el capitalismo, nosotros sostenemos que el sistema de propiedad capitalista y trabajo asalariado, es una forma de esclavitud. Pues lo esencial de la esclavitud no es, como se piensa, personas encadenadas y sometidas a palizas, sino todo aquel sistema basado en la compraventa de seres humanos.

Y compraventa de seres humanos es el trabajo asalariado. Sólo reconociéndonos esclavos modernos, tecnologizados y por tanto sometidos a la doble esclavitud de otros seres y de parte de la tecnología actual, podemos dar pasos hacia la libertad.

Puesto que aquí estamos defendiendo la libertad como un estado de no sujeción del individuo por otro u otros, tenemos que ver que la propiedad capitalista -donde unos dominan a otros en el mundo económico en su amplio sentido, contribuyendo a la degradación de la sociedad-, como una forma de liberticidio. Pero también por supuesto la forma de propiedad estatal u otras mixtas, defendidas por izquierdistas de toda clase.

Las formas de propiedad que apoyan el florecimiento de una sociedad de gentes libres es la individual o familiar sin asalariados, la cooperativa y la comunal o colectiva en su auténtico sentido, es decir el autogestionario. Que son aquellas que combinan libertad e igualdad, responsabilidad, esfuerzo y participación.

Pero más allá de todo esto, la libertad radical sólo puede sostenerse a la larga, en colectividades cuyos individuos estén dotados de una conciencia moral fuertemente desarrollada, que amen el bien común, que piensen más en deberes que en derechos, hombres y mujeres austeros en su sentido positivo, el de las filosofías clásicas como el cinismo y el estoicismo, aquéllas que sostenían que el hombre no debía esclavizarse a cosas, que la riqueza material no debía ser el objetivo de la buena vida.

Que es la riqueza espiritual, la del mundo interior, la fundamental para lograr sujetos más libres. Que hay que unir virtud y libertad. Que incluso cierta prosperidad material puede venir cuando se pone la vida virtuosa en el centro, frente a los grandes sistemas teóricos con pies de barro de otras épocas y la nuestra, que centrados en el progreso entendido como abundancia y bienestar material, no tardan en hundirse, sin conseguir ni lo uno ni lo otro.

La libertad real requiere de un esfuerzo continuo, de personas que vivan en lucha y tensión interior continua, para ser dignos de una vida lo menos encadenada posible, siempre al borde del abismo.

Quienes crean que la libertad es el capricho, la fácil, lo banal, se equivocan, pues lo que están defendiendo es la servidumbre moderna, la del esperar a recibir, la de los derechos sin deberes, la del dejarse dominar siempre que no se metan excesivamente en sus vidas.

El camino a la libertad es el contrario, es el esfuerzo, la incertidumbre, el sacrificio, la autocontención, la del que sabe que se disolverá en la nada sin vislumbrar en el horizonte una sociedad libre. Pero, sin ser su objetivo la felicidad -ideal de todo sistema de vida esclavista-, consigue serlo relativamente, pues su ilusión y su esfuerzo interior por perfeccionarse y convertirse en un ser lo más libre posible le bastan para sentirse lleno en su camino por el mundo.

Alfredo Carreras    Tierra y Libertad

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