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jueves, 31 de enero de 2013

SOR MARIA DE LA GRAN PUTA


Sor María de la Gran Puta

Se ha muerto Sor María, la monja más televisiva y famosa desde que Sor Citroen, aquella monjita que hacía temblar a los transeúntes cuando se ponía al volante de su dos caballos, invadiera los hogares españoles.

Según cuentan los periódicos y las televisiones del Régimen, la monja murió el martes pasado, de una enfermedad más veloz que Usain Bolt. Yo no me lo creo. Estoy seguro de que ha sido asesinada por algún sicario de la iglesia católica, que en esos menesteres se da muy buena maña, y tiene gente muy bien preparada, como ya tuvimos ocasión de comprobar con aquel Papa que antecedió al cabrón de Wojtyla y que duró menos que una raya de coca en la puerta de una discoteca. Me imagino a otra monja más joven procedente de algún punto difuminado del mapa sudamericano o africano, o a un seminarista de Soria o Lugo, repeinado y admirador de Cospedal, de madrugada, apretando la almohada con fuerza contra la cara de Sor María, y a esta pataleando como una cucaracha, mientras el oxígeno desaparecía de sus pulmones. Una escena digna de Los Soprano, que dicho de paso, también eran católicos.

 Sor María era un bicho malo, un demonio de esos que ella decía combatir disfrazado de monja. Como diría Bukowski, una auténtica hija de Satanás. Yo, que soy de Aguilar de la Frontera y allí no somos tan finos, prefiero llamarla hija de la gran puta. Así, con todas las letras. Y creo sinceramente que habría sido mucho mejor para muchas personas que se hubiese muerto dos minutos después de que su madre la trajera al mundo. Durante más de media vida, la maldita monja se dedicó, “presuntamente”, a asaltar al abordaje las cunas de los recién nacidos cuyas madres lo tenían todo en contra. Su especialidad era el estraperlo de recién nacidos, el contrabando de seres humanos desprotegidos e indefensos, la trata de blancas, separar a los recién nacidos de sus verdaderas madres, casi siempre madres solteras aunque a veces, tan sólo se trataba de madres pobres, y acto seguido entregarlos a parejas sin hijos pero con pasta, que seguramente pagarían cantidades astronómicas a cambio de llevarse a casa un niño o una niña oliendo todavía a placenta materna y a líquido amniótico. Y todo esto amparado por un Régimen, el franquista, putrefacto y asqueroso (aunque la práctica continuó durante el mal llamado período democrático). Otro crimen más que debemos anotar en el currículum de la iglesia católica, justo al lado de la pederastia, del exterminio de pueblos indígenas y del apoyo incondicional a los sátrapas y dictadores que han sido y con toda seguridad serán, en la historia de la Humanidad.

 Lo que más jode de todo el affair Sor María, al menos a mí, es que la hija de la gran puta se haya muerto sin rendir cuentas ante la justicia. Imagino que mucha gente —médicos y personal del hospital donde llevó a cabo sus trapicheos, la Conferencia Episcopal y sobre todo los que compraron a los bebés— habrá respirado aliviada ante la muerte de la religiosa, pensando que con ella se lleva a la tumba el secreto de muchos ladrones de bebés, gente que va por el mundo caminando como si fuesen personas normales, pero que no son sino unos malditos bastardos sin entrañas, bestias carentes de cualquier cualidad que permita calificarlos de seres humanos.

 Qué lástima que no exista ese infierno con el que la iglesia católica lleva jodiéndonos la marrana más de dos mil años. Si existiera, Sor María ardería allí eternamente. Y así y todo, no sería suficiente para pagar todo el daño que ha hecho en esta vida. Maldita sea por siempre jamás.

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