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jueves, 22 de agosto de 2013

CRISTINA CIFUENTES


Cristina Cifuentes

Señora:

Es usted una de las personas más despreciables del escenario político español. Ya, ya sé que esta palabra, la de “despreciable”, la usamos tanto, especialmente desde que están ustedes en  el Gobierno, que corre el riesgo de perder todo su significado y de convertirse en un tópico. Sin embargo, en su caso es plenamente ajustada y pertinente. En otra ocasión, le dediqué este mismo calificativo a una compañera suya de partido, que gritó “¡Que se jodan!”, en el Congreso de los Diputados, en referencia a los parados, cuando el presidente del Gobierno anunció recortes en sus prestaciones. No es que no lo mereciera, pero aquella mujer, más que maldad, demostró estupidez, demostró ser una niña pija que vive al margen de la realidad que se dejó llevar por su inquina de clase y por su sectarismo de partido. Ella fue momentáneamente despreciable y habitualmente, con toda probabilidad, no sea otra cosa que una tontita, como demuestran sus estúpidas justificaciones posteriores.

Lamentablemente, no es éste su caso, señora Cifuentes. Usted es, por lo que sé de usted, una mala persona; usted disfruta –y así lo manifiestan su lenguaje no verbal y su actitud- haciendo mal a los demás, y por ello, usted merece todo mi desprecio, así como el de nuestros conciudadanos.

Usted es la Delegada del Gobierno en Madrid más violenta desde que yo tengo memoria política (1985), y no sólo eso: usted parece disfrutar con su cometido de imponer mediante la fuerza las reformas antisociales de su Gobierno a los ciudadanos que nos resistimos a ellas. Así, usted ha ordenado a la policía ser especialmente contundente contra colectivos sociales como los profesores y maestros del sistema público de enseñanza, o contra el personal del sistema sanitario que ustedes están tratando –quizás de manera ilegal, que eso está en los tribunales- de poner en manos de sus negocios privados. Usted misma, ha amenazado a todos los activistas sociales y a todos los defensores del estado social con que tiene listados de personas que participan habitualmente en las manifestaciones. Y lo peor de todo es que es verdad, porque desde que usted es Delegada del Gobierno, la Policía se esfuerza por identificar, uno a uno a todos aquellos que acudimos a las manifestaciones, para sancionarnos, pero, sin duda, y tal y como ha manifestado usted misma, para hacer listas negras de disidentes.

Como delegada del Gobierno en Madrid, usted ha dado un paso adelante en la represión de la disidencia política y en la contestación social a su gobierno –bien es cierto que algunos de sus antecesores hicieron ensayos previos-, llegando a sancionar con onerosas multas –algunas declaradas ilegales por los jueces- a todos y cada uno de los asistentes a determinadas manifestaciones, acosando a determinados colectivos sociales, e  incluso desmantelando centros socioculturales que estaban perfectamente integrados en sus barrios, y en muchas ocasiones proporcionaban muchos de aquellos servicios sociales que las administraciones habían dejado de prestar. Algunas de estas cosas ocurrían puntualmente antes de que usted fuera delegada del gobierno, pero todo ello lo ha sistematizado y usted y lo ha convertido en una rutina “democrática” más. Incluso ha explorado la vía de intentar encarcelar durante décadas a los disidentes, acusándoles de delitos contra las altas instituciones del Estado, recibiendo por ello un rapapolvo judicial que no le hizo despeinarse un milímetro su grasiento rubio de bote.

Todo esto además, lo adorna usted con una actitud chulesca, chusquera, desafiante y orgullosa, que es lo que más me lleva a pensar que disfruta usted con el papel que, en la destrucción del estado social, le ha asignado Mariano Rajoy.

Sin embargo, hoy, coincidiendo con las horas difíciles que le ha tocado vivir, he querido mandarle esta carta, cuyo objeto es pedirle perdón.  Sí, señora, quiero pedirle perdón porque en una ocasión se me fue la mano en el twitter,  e incluí una palabra que nunca debí haber incluido: “muérete”. Como comprenderá usted, a tenor de lo antedicho, no la aprecio a usted en absoluto, sino que más bien, la considero mi enemiga personal; sin embargo, no quiero ser como usted, y desearle la muerte a usted o a cualquier otra persona me convierte en un ser despreciable, muy parecido a lo que es usted misma. Y yo no soy como usted. Por eso, no por usted, si no por mí, por mi propia dignidad, le pido perdón por haber incluido tal palabra en uno de mis twits dirigido a usted, y le manifiesto que en ningún caso el deseo fue real, sino que responde más bien a una cierta propensión que tengo a que, cuando se me calienta la sangre, los dedos me hacen decir cosas que en realidad no quiero decir. Vamos, que soy un bocazas.

Quiero manifestar mi deseo de que se recupere usted completamente, cosa que sé a buen seguro que ocurrirá, ya que está usted en manos de los mejores profesionales sanitarios, que son esos a los que usted en el último año ha mandado apalear en varias ocasiones a las puertas de la Asamblea de Madrid, a donde acudían en legítima manifestación para defender el sistema público sanitario que ustedes quieren desmantelar.

Sin otro particular, me despido, haciéndole partícipe una vez más del desprecio que siento por usted, y reiterando mis mejores deseos en lo que a su salud se refiere.


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